Pétalos y otras historias incómodas* de Guadalupe Nettel

Vale más la gracia
de la imperfección
que la perfección
sin gracia.

JOSÉ MANUEL AGUILERA, “Hendrix”

Jéssica Pérez-Casarrubias

Piensa en lo que deseas convertirte cuando te abandonas a tu propia sombra, cuando admites tus defectos, cuando dejas de luchar por ser la persona que pretendes para cumplir con las normas impuestas por alguien más. Ahora, si lees Pétalos y otras historias incómodas, de Guadalupe Nettel (ciudad de México, 1973), seguramente te reconocerás en alguno de sus personajes o te identificarás con alguno de los seis relatos que contiene el libro.

Nettel nació con un problema en la vista y por un tiempo pensó que podía perderla. La ptosis de su ojo derecho, además de definir su rostro y sus gestos, sin duda determinó también su forma de ver el mundo. Algo es cierto: su mirada no puede ser la misma que la del resto de nosotros y quizá esa vista privilegiada es la que le permite situarse en la frontera desde donde crea a sus personajes marginales, pero con el único fin de mostrarnos que todos llevamos un ser obscuro, agazapado tras la máscara que portamos a diario.

El asunto del desdoblamiento no es nuevo en la literatura y mucho menos en la historia del hombre. El mismo Jehová es un personaje ambiguo capaz de crear todo y, con el mismo poder, destruirlo. Se trata del terror ancestral que tenemos a asimilar al otro que nos habita, a aquél que se asoma en las pesadillas -también las de la vigilia-, que entrevemos y que no es nadie más que nosotros mismos. Lo que Nettel hace en estos cuentos es describir el momento en que los personajes enfrentan a su otro yo y la transformación que sufren en sus personalidades. Logra esto enfocándose en las pequeñas fobias o manías que los definen, que los vuelven únicos y que a lo largo de su vida se han empecinado en ocultar por el miedo a salir de la norma y convertirse en una especie de monstruo sin poder evitar la observación morbosa y la crítica despiadada. Por eso los temas son incómodos, por eso su narración provoca desazón. Apuesta más por la creación de atmósferas asfixiantes que por el nocaut sorpresivo de Cortázar (aunque la influencia de este escritor ha sido reconocida por Nettel), tiene un manejo preciso de la tensión dejando de lado el final sorpresivo, no por eso menos poderoso.

La maravilla de las historias de los dobles es que se encuentran ocultas bajo anécdotas de manías y obsesiones más o menos ordinarias, narran hechos que podrían pasar desapercibidos y que, sin embargo, línea a línea van construyendo el horror del personaje, el miedo primordial. Esta es la teoría del cuento de Ricardo Piglia: “El cuento es un relato que encierra un relato secreto”. Funciona en todas las historias de Pétalos -aunque en algunas mejor que en otras- y es parte de lo que les otorga su maestría. Son los silencios y las alusiones las que construyen la historia más relevante, ésta va apareciendo ante nuestros ojos, se va haciendo evidente a medida que crece la angustia y de pronto se muestra absoluta, terrible e ineluctable. Piglia dice al respecto: “El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Reproduce la búsqueda siempre renovada de una experiencia única que nos permita ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta”, descubrir, en lo inmediato, lo más temido. Y para eso Nettel tiene, además, el dominio de un lenguaje preciso y cruel.

Uno de los relatos menos logrados es “Transpersiana”. El argumento más utilizado en su contra es que se trata solamente de un cuento más de voyeristas. Pero, en una lectura más cuidadosa no me parece estrictamente malo. El acierto está en la historia oculta. Habla de la soledad, de la ineficacia del observado por entablar relaciones amorosas y del desamparo de la mujer tras el cristal, para siempre recluida en la oscuridad de su habitación, para siempre separada por dos ventanas del hombre al que le gusta mirar. Es un texto breve, pero altamente sugestivo, lleno de pequeños detalles que se disfrutan en la relectura y el voyerismo es sólo un pretexto para contar lo que realmente importa.

“Ptosis”, el primer cuento del libro, es la historia de un amor que fracasa por la ambición de perfección, de belleza estereotipada. Un “fotógrafo médico especializado en oftalmología” se enamora de una de las pacientes del doctor Ruellan, cirujano de párpados. Es precisamente la ptosis de la joven la que cautiva al personaje e intenta que ella desista de corregir “esos tres milímetros suplementarios de párpado, esos tres milímetros de voluptuosidad desquiciante”, pretende convencerla de que la operación es la que la convertirá en un ser abominable, marcada con el sello inconfundible de todos los pacientes que pasan por el quirófano del doctor Ruellan, que perderá, así, el rasgo que más la embellece. Este es uno de los temas más frecuentes de Nettel. En contra de los estándares de belleza impuestos por la sociedad -televisión, revistas, moda, etc.-, pugna por asumirnos y potenciar nuestras características individuales, ya que es ahí donde radica nuestra verdadera belleza.

El cuento más extenso de la serie, “Bonsái”, tiene una génesis que determinó su tema. Nettel cuenta en una entrevista que llevaba casi un año sin escribir nada más que su tesis de doctorado (sobre la poesía y la obra de Octavio Paz) y estaba harta del lenguaje académico restringido que debía utilizar. En esas fechas leyó un libro de Allen Ginsberg donde cuenta la anécdota de su primera entrevista con el psicoanalista en la que le dice que es homosexual, que desearía dejar su trabajo en la publicidad y dejar también a su esposa para irse con Peter Orlowski. Entonces, el psicoanalista le pregunta: “¿Por qué no lo hace?”. Cuenta Nettel que al leer esto decidió “mandar todo a la mierda, me senté a escribir y así surgió ‘Bonsai’, sobre estas personas contraídas que no están viviendo conforme a su naturaleza”. En este cuento la asociación de las personalidades con diferentes tipos de plantas y la acertada metáfora de los problemas de pareja ocasionados por la incompatibilidad de un helecho con un cactus resulta en una historia abrumante y desconsoladora. Está ambientada en el barrio de Aoyama de Tokio, Japón en homenaje a Haruki Murakami por quien la autora siente predilección y de quien ha tomado diversos elementos, sobre todo para la construcción de personajes y en el uso de la ironía para decir verdades realmente incómodas.

En el último relato del volumen, “Bezoar”, la historia pierde fuerza por su estructura fragmentaria. En sí la anécdota es buena y los protagonistas son interesantes y conmovedores (en el estilo “conmovedor” de Nettel, es decir: desgarradores, turbados, locos). Sin embargo, describe demasiados eventos innecesarios, aparecen digresiones que no aportan nada a la historia y es un cuento superpoblado por personajes más bien grises. Insisto, a este cuento le faltó depuración de contenido y una estructura narrativa más sólida, sólo eso.

Uno de los más logrados es el que le da nombre al libro: “Pétalos”. El personaje más freak, la anécdota más enigmática y, de inicio, más perturbadora (con cierto dejo de Felisberto Hernández), las descripciones más procaces junto a las más sutiles. Maneja la historia a través de una tensión perfecta entre atracción y repulsión. Lleva la angustia del personaje -y del lector- al límite.

La adolescencia es, sin duda alguna, la etapa más crítica para la aceptación de uno mismo. Es también cuando nos obligamos a restringir nuestras personalidades para encajar con los demás, para sentirnos parte de algo, para no ser, sobre todo, despreciados. La protagonista de “El otro lado del muelle” vive esta circunstancia y lo único que desea es largarse al fin del mundo para no volver a lidiar con nadie, mucho menos con su reflejo. De vacaciones con su tía joven, profesora de educación física en una primaria activa -es decir, más o menos hippie- decide encontrar La Verdadera Soledad, su edén, “pero, justo en el umbral, el paraíso me dio miedo”. Esto sucede gracias al encuentro con Michelle, encuentro que, después de haber tratado de evitar a toda costa, terminó por regalarle una de las verdades más importantes. El epígrafe de Cioran no pudo ser mejor elegido: “Toda amistad es un drama inaparente, una serie de heridas sutiles”.

Buenos cuentos, buena escritora. Su novela El huésped (2006) es también muy recomendable, aunque domina más el relato. Tiene dos libros más de cuentos: Juegos de artificio (1993) y Les jours fossiles (2003), y si quieren leer un relato más vayan a Letras Libres, en esa revista, además de escribir artículos interesantes y divertidos, Nettel publicó un cuento en agosto de 2008 titulado “La vida en otro lugar”.

*Guadalupe Nettel. Pétalos y otras historias incómodas. México: Anagrama-Colofón-DIFOCUR Sinaloa, 2008. (Narrativas hispánicas, 428).

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